Capitulo 2: El Problema De La Pregunta
Este artículo forma parte de una serie dedicada a explorar el sentido de la vida desde múltiples perspectivas filosóficas, científicas y existenciales. Aunque cada entrega puede leerse de forma independiente, se recomienda revisar los capítulos anteriores para seguir el hilo argumentativo y comprender mejor las ideas aquí desarrolladas. Si deseas adentrarte paso a paso en este recorrido sobre el significado último de nuestra existencia, te invitamos a comenzar desde el inicio del ciclo.
1. El lenguaje informal como problema
El lenguaje no es solo un medio de comunicación, sino una herramienta que participa en la estructuración de nuestra percepción del mundo. En el contexto de la búsqueda del sentido de la vida, el uso impreciso o metafórico del lenguaje puede generar conceptos erróneos que, en lugar de aclarar, complican el problema existencial. Es habitual tomar a la ligera al lenguaje y suponer que su uso para elaborar la pregunta como la respuesta no tiene un impacto significativo. Sin embargo el uso de cada palabra tiene diversos significados sumado a que frecuentemente suponemos que contienen el significado que nosotros conocemos y ningún otro. Este aspecto informal del lenguaje es el extendido y normalizado, el que pasa desapercibido y que provoca problemas a la hora de entender la realidad a través de él. El uso coloquial de los conceptos tratados en el problema existencial tiende a mezclar acepciones, lo que lleva a malentendidos. Por ejemplo, frases como “darle sentido a la vida” suelen oscilar entre la búsqueda de un propósito cósmico y la elección de metas personales. El lenguaje cotidiano tiende a deformar conceptos abstractos tratándolos como si fueran objetos concretos con propiedades intrínsecas, por ejemplo, cuando hablamos de “la vida” comúnmente suponiendo que se trata de una entidad independiente con una “finalidad” o “sentido” incorporado. Como advirtió Gilbert Ryle, este error categorial —confundir propiedades de un sistema con propiedades de otro— genera ilusiones conceptuales (El concepto de lo mental, 1949).
El uso repetido de expresiones como “darle sentido a la vida” o “encontrar el propósito de la existencia” genera un acostumbramiento cognitivo a naturalizar la suposición de ciertas propiedades no demostradas de la vida. “Si todos lo dicen, si está inmerso en nuestro lenguaje cotidiano, si no se cuestiona, si se usa en el mundo formal como el informal, entonces debe ser cierto”. Esta forma normalizada de pensar es propia de la cotidianidad, del día a día, y es eficiente para la mayor parte de los problemas que confrontamos día a día, los cuales no requieren demasiada especificidad ni tienen una gran complejidad. No requerimos de una definición exacta de perro, comida, enfermedad, amor, odio o verdad para ser funcionales. Sin embargo, es preciso señalar que el “pensamiento liviano” que no espera ni demanda complejidad, solo es útil para la cotidianidad y no para comprender en profundidad el sentido de la vida (entre otros problemas). Cuando nos embarcamos a reflexionar sobre estas cuestiones fundamentales, perdemos de vista el rol que juega el lenguaje y la naturalización de la imprecisión del uso de nuestros conceptos. Con esto en mente, cabe repasar el uso impreciso de los mismos con la finalidad de ejemplificar e interiorizar una comprensión mas amplia del problema del lenguaje del que hago mención.
Ludwig Wittgenstein advirtió que “los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo” (Tractatus, 1921). La pregunta por el sentido está elaborada con el lenguaje como traducción de los fenómenos mentales y cada concepto, a su vez, estructura como pensamos. El uso de las palabras, la formulación de la pregunta y todas las presuposiciones contenidas en la misma podrían estar limitando nuestra capacidad para pensar y comprender. La pregunta podrá estar siendo condicionada por las limitaciones del lenguaje usado para formularla. por lo que podría ser un pseudoproblema, producto de una confusión categorial (Ryle, El concepto de lo mental, 1949). Esta idea encuentra eco en el trabajo de Gilbert Ryle, quien en su libro El concepto de lo mental (1949) argumenta que muchos problemas filosóficos surgen de confusiones lingüísticas. Según Ryle, estos problemas no son genuinos dilemas sino “pseudoproblemas”, resultado de malentendidos sobre cómo funciona el lenguaje. Por ejemplo, la pregunta “¿Qué es la mente?” ha generado siglos de debate metafísico, pero Ryle sostiene que gran parte de este debate se debe a una confusión categorial: atribuir a la mente características que solo pertenecen a entidades físicas.
Cuando intentamos articular preguntas existenciales como “¿Cuál es el sentido de la vida?”, estamos inevitablemente traduciendo experiencias internas —emociones, intuiciones, sensaciones— a palabras y conceptos. Sin embargo, esta traducción no es perfecta. El lenguaje, por su naturaleza, está diseñado imperfectamente para describir objetos, relaciones y eventos concretos en el mundo físico, y no siempre puede capturar adecuadamente fenómenos abstractos o subjetivos. Esto sugiere que la pregunta misma podría ser un reflejo de nuestras limitaciones lingüísticas más que una cuestión con una respuesta objetiva.
Expresiones como:
“El amor lo puede todo”
Puede referirse a que el amor es una fuerza suficiente para superar cualquier obstáculo interpersonal o social. También puede implicar una visión idealizada de las relaciones afectivas, donde se presupone que si hay amor, no pueden surgir conflictos graves o que el amor por sí solo resuelve problemas materiales o emocionales. Finalmente en obras artísticas como la famosa película Interstellar, el amor es una fuerza de la naturaleza que trasciende el tiempo y el espacio y para muchas personas esto también conforma un hecho.“Todo está conectado” Esta expresión puede tener un sentido metafísico, como en la idea de que existe una red universal de relaciones causales entre todos los fenómenos; también puede usarse en un sentido simbólico o espiritual, sugiriendo que nuestras acciones tienen repercusiones más amplias de lo que percibimos. También puede significar una visión holística del universo, donde nada ocurre en aislamiento o puede significar que todo es parte de una misma cosa, para algunos viva y para otros inerte.
“Nada sucede por casualidad” Similar a “todo sucede por una razón”, esta frase implica que detrás de cada evento hay una causa determinante o incluso una intención trascendente. Puede ser interpretada desde una perspectiva causal estricta (determinismo) o desde una visión teleológica (finalidad consciente).
“La felicidad está en uno mismo” Sugiere que el estado emocional depende exclusivamente del individuo y no de las circunstancias externas. Esto puede implicar una visión internalista del bienestar, pero también puede llevar a ignorar factores socioeconómicos o contextuales que inciden en la calidad de vida. Presupone que la felicidad es alcanzable mediante autorreflexión o autogestión emocional.
“Hay que ver el vaso medio lleno” Invita a mantener una actitud optimista frente a la vida. Puede implicar una valoración positiva de las situaciones aún cuando no sean ideales. Sin embargo, en algunos contextos puede convertirse en una forma de negación de realidades problemáticas o en una presión social para no expresar malestar o frustración.
“El destino lo decide todo” Indica una visión fatalista del mundo, donde los eventos están predeterminados y fuera del control humano. Presupone que no tenemos libertad real para cambiar el rumbo de nuestra vida, lo cual puede influir en cómo asumimos la responsabilidad personal.
“Cada quien ve la vida como puede” Refleja una postura relativista sobre la experiencia humana. Implica que no hay una única forma correcta de entender la realidad, sino que ésta depende del punto de vista individual. Puede funcionar como una defensa de la diversidad, pero también puede llevar al escepticismo radical o al rechazo de criterios objetivos de análisis.
Estas frases son buen ejemplo de cómo el lenguaje cotidiano encapsula visiones filosóficas, éticas y existenciales simplificadas e implícitas que dan forma a cómo entendemos y actuamos en el mundo y que a través de la simplificación producen ambigüedad, que en nuestra búsqueda del sentido es uno de los peores enemigos. Naturalizamos constantemente el uso de conceptos a los que subyace una gran complejidad. Todas estas suposiciones inhiben el pensamiento crítico dificultando la comprensión de la realidad. En estos términos es normal que sobrevenga la angustia, desesperanza, desilusión, frustración y depresión. Para evitar estos problemas, es necesario adoptar un lenguaje más riguroso que distinga claramente el significado que el interlocutor o que uno mismo está usando. De otro modo es como colocar un número no definido (el concepto) en una sola ecuación para encontrar otro desconocido (el sentido de la vida). Una sola ecuación con muchas incógnitas. Algunos ejemplos de los distintos significados de las palabras relacionadas al sentido de la vida:
- Sentido como propósito intrínseco: Una idea metafísica sin sustento empírico.
- Sentido como construcción subjetiva: Un proceso activo mediante el cual los individuos atribuyen significado a su existencia. En este caso el sentido no es previo al humano sino que él lo diseña, ya sea porque cualquier decisión es válida o porque debe descubrir cual era la decisión válida que debía tomar.
- Sentido como función biológica: Relacionado con los mecanismos evolutivos que priorizan la supervivencia y la reproducción. Implica que el “sentido” surge de la adaptación al entorno y la perpetuación de la especie. Presupone una visión naturalista, donde el propósito no es trascendente, sino resultado de procesos darwinianos.
- Sentido como proyecto existencial: Inspirado en el existencialismo (ej. Sartre, Camus), este enfoque sostiene que el sentido se construye a través de decisiones libres y responsables, sin dependencia de esencias predefinidas. Presupone que la falta de sentido inherente al universo exige al individuo crear su propio significado mediante acciones y compromisos.
- Sentido como narrativa colectiva: Se refiere a los relatos compartidos (mitos, religiones, ideologías) que otorgan cohesión a grupos humanos. Ejemplos: “la patria”, “la justicia social” o “el progreso humano”. Presupone que el sentido no es individual, sino que emerge de sistemas simbólicos que dan continuidad a la identidad colectiva.
- Sentido como comprensión racional: Asociado a la ciencia y la filosofía analítica, implica que el sentido reside en desentrañar las leyes que rigen la naturaleza o la lógica. Presupone que conocer el funcionamiento del universo (ej. teorías físicas, evolución) es en sí mismo un acto de significación.
- Sentido como fenómeno emergente: Desde una perspectiva sistémica o complejista, sugiere que el sentido aparece como propiedad no prevista de interacciones complejas (ej. entre cerebro, cultura y entorno). No requiere propósito consciente, sino que surge de patrones autoorganizados.
- Sentido como estructura lingüística: Influenciado por el giro lingüístico en filosofía (ej. Wittgenstein, Saussure), propone que el sentido está ligado a cómo el lenguaje categoriza y relaciona conceptos. Presupone que sin sistemas simbólicos, no existiría la noción de “significado”.
- Sentido como condicionamiento cultural: Señala que lo que percibimos como “sentido” está moldeado por normas, valores y tradiciones de nuestra sociedad. Ejemplo: para algunas culturas, el sentido de la vida está vinculado al deber familiar, mientras que en otras prioriza la autorrealización individual.
- Sentido como necesidad psicológica: Basado en enfoques como la logoterapia de Viktor Frankl, sostiene que buscar sentido es una motivación básica humana, crucial para la salud mental. Presupone que la ausencia de significado genera vacío existencial o sufrimiento.
En relación al propósito:
- Sentido literal: Meta específica que guía una acción.
- Sentido utilitario: Objetivo para el que algo está construido.
- Sentido metafísico: Idea de que la vida humana tiene un diseño preestablecido (ej. “propósito divino”).
- Sentido psicológico: Construcción subjetiva para dar coherencia a la existencia (ej. metas personales).
- Presuposición: Confundir “propósito” como algo inherente (como un destino) con algo que se define activamente.
En relación a la felicidad:
- Sentido hedonista: Estado de placer momentáneo.
- Sentido eudaimónico: Bienestar derivado de la autorrealización o virtud (Aristóteles).
- Sentido cultural: Ideal asociado al éxito material o social.
- Presuposición: Creer que la felicidad es un estado permanente alcanzable, ignorando su naturaleza dinámica y contextual.
En relación al destino:
- Sentido fatalista: Camino predeterminado e inalterable.
- Sentido simbólico: Dirección que damos a nuestra vida mediante decisiones.
- Sentido cultural: Relación entre roles sociales y expectativas (ej. “destino de género”).
- Presuposición: Atribuir control externo (divino, cósmico) sobre nuestra vida, minimizando la agencia personal.
En relación a la verdad:
- Sentido objetivo: Hechos verificables (ej. científicos).
- Sentido existencial: Comprensión profunda de la realidad (ej. “verdad sobre la muerte”).
- Sentido espiritual: Revelación trascendente (ej. “la verdad te hará libre”).
- Presuposición: Confundir verdades empíricas con creencias subjetivas o dogmas, generando conflictos filosóficos.
En relación al éxito:
- Sentido social: Logros medidos por estándares externos (dinero, fama).
- Sentido personal: Alineación con valores internos.
- Sentido existencial: Vida vivida con autenticidad, más allá de logros materiales.
- Presuposición: Asociar el sentido de la vida al éxito material, ignorando dimensiones intangibles.
En relación al significado:
- Sentido lingüístico: Relación entre signos y conceptos (ej. palabras).
- Sentido existencial: Importancia subjetiva otorgada a la vida.
- Sentido trascendental: Conexión con algo mayor (ej. universo, dios, humanidad).
- Presuposición: Creer que el “significado” existe independientemente del ser humano, como un objeto esperando a ser descubierto.
En relación a la iluminación:
- Sentido espiritual: Estado de consciencia elevada (ej. budismo, misticismo).
- Sentido racional: Comprensión profunda de un problema.
- Sentido comercializado: Concepto trivializado en autoayuda (ej. “iluminación rápida en 7 días”).
- Presuposición: Reducir la búsqueda de sentido a una experiencia instantánea o consumible.
En relación al sufrimiento:
- Sentido físico: Dolor biológico.
- Sentido emocional: Malestar psicológico.
- Sentido existencial: Cuestión sobre la validez de la vida ante el dolor (ej. “¿por qué sufro?”).
- Presuposición: Asignar valor moral al sufrimiento (ej. “el dolor tiene un propósito redentor”).
En relación a la libertad:
- Sentido político: Ausencia de opresión externa.
- Sentido existencial: Autonomía para definir nuestro propio sentido (Sartre).
- Sentido ilusorio: Creencia en una libertad absoluta ignorando condicionamientos biológicos o sociales.
- Presuposición: Confundir libertad con ausencia de límites, negando la complejidad de la condición humana.
En relación a la eternidad:
- Sentido temporal: Infinitud cronológica (ej. vida después de la muerte).
- Sentido poético: Vivencia intensa del presente (“un instante eterno”).
- Sentido simbólico: Legado que perdura más allá de la muerte.
- Presuposición: Proyectar el sentido de la vida en una dimensión inmortal, ignorando su valor en la finitud.
El lenguaje no es neutral, está cargado de interpretaciones previas: puede esclavizarnos a conceptos erróneos o liberarnos para pensar con mayor claridad. El lenguaje corrupto es el resultado de un pensamiento corrupto, pero también puede ser su causa. En el debate sobre el sentido de la vida, adoptar un vocabulario preciso no es un mero ejercicio semántico, sino un acto de madurez, rigurosidad, honestidad intelectual y autonomía existencial.
1.2. Presuposiciones en la cotidianidad
“La presuposición se basa en el conocimiento previo que se da por supuesto y compartido por las personas que participan en el acto comunicativo.” Existen múltiples ideas a las que nos aferramos y creemos firmemente antes de hacer una pregunta y que pasan a coexistir en dicha pregunta. Estas presuposiciones pueden convertirse en un obstáculo, del mismo modo que en una discusión sobre política una conversación puede volverse difusa si no se comienza definiendo bien un terreno en común de conceptos, un pool de conceptos que durante la conversación se irán usando por todos los participantes o en nuestra investigación individual siempre de la misma forma.
Presuposición de que existe un sentido Primero, la sustancialización de conceptos abstractos. La pregunta presupone que “sentido” es una propiedad que puede ser poseída, descubierta o atribuida, cuando en realidad es mejor comprendido como una función relacional que emerge de la interacción entre agentes conscientes y sus contextos. 1 Esta sustancialización oculta el carácter contextual y construido del significado. La pregunta ¿Tiene sentido la vida? no siempre cuestiona si la vida puede tener una característica así, que tome un valor positivo o negativo. Generalmente la pregunta presupone que existe ese “casillero” o “característica” de la vida que puede llenarse con un verdadero o falso, con un uno o un cero. Pero ¿y si la vida no posee esa característica y no puede ser evaluada bajo ese estándar porque pertenece a una categoría distinta que la utilidad de una herramienta, la dirección de una corriente de agua o el propósito de una llamada a un ser querido? Esto quiere decir que se puede ir mas allá de la discusión de “la vida no tiene sentido, estamos perdidos” o “la vida tiene sentido y siempre vale la pena vivir en cualquier contexto” para colocarnos en una discusión distinta donde afirmamos que “el sentido no es una propiedad de la vida cuya cualidad determina su valor”. Es decir, la altura es una propiedad de los humanos y puede adquirir distintos valores numéricos. El sentido no es una propiedad de la vida por lo que no puede adquirir ningún valor cualitativo ni cuantitativo como la manzana no puede adquirir un valor perteneciente al espectro de las emociones humanas (triste, feliz, angustiado, etc.). Sin esta característica, quienes juzgan el valor de la vida en función de qué valor tiene el sentido pierden su punto de referencia; sin esta cualidad pierde sentido lo que se quiere deducir con el debate sobre el sentido de la vida. La pregunta asume que la vida debería tener sentido, lo cual es una proyección cultural humana derivada de lo habitual, de la simplificación de la mente humana a sus categorías y de las tradiciones donde los relatos toman una naturaleza lineal y concluyente. Es por este motivo que nunca se ha demostrado que la vida tiene sentido o no lo tiene, porque no existe esta característica. Estoy consciente de que la ausencia de evidencia no significa evidencia de ausencia, pero es preciso elaborar una hipótesis que sirva para comprender este hueco en la comprensión humana.
Presuposición antropocéntrica Aplicamos categorías como “propósito”, “significado” y “finalidad” —que emergen de la experiencia humana específica de orientar acciones hacia fines— a la totalidad de la existencia. 1 2 Como documenta la investigación post-antropocéntrica, esto genera una falacia de composición: inferir propiedades del todo a partir de propiedades de las partes, universalizando perspectivas culturalmente específicas.
Nuestra vida es un evento de la naturaleza. ¿El resto de eventos también deben tener un sentido en el mismo sentido que preguntamos por el de la vida? ¿Nada en la naturaleza tiene sentido pero nuestra vida sí? ¿Este sentido se parece mas a una narrativa humana con principio, conflicto y desenlace? ¿Este sentido nos coloca como seres protagonistas de una historia? Y este parecido con las obras literarias me hace preguntarme, ¿las obras literarias emergen a partir de que existe un sentido humano, o la idea de sentido humano emerge de nuestro acostumbramiento a las obras literarias de nuestra cultura? Tendemos a ponernos en el centro de la ecuación y asumimos que los eventos de la naturaleza están necesariamente determinados por inicio-conflicto-conclusión. Podríamos hacer un análisis profundo sobre como la percepción del sentido de la vida varía o no varía en función de la literatura de cada cultura. Lamentablemente no es un tema que logre abordar en estas publicaciones.
Presuposición teleológica La pregunta presupone implícitamente un marco teleológico derivado de Aristóteles: cada ente tiene una telos intrínseca cuya realización constituye su bien. Sin embargo, el naturalismo moderno post-darwiniano elimina las causas finales, explicando los patrones aparentemente teleológicos mediante selección natural y procesos contingentes. Esta tensión genera un dilema: si adoptamos teleología, debemos postular principios metafísicos no verificables; si adoptamos naturalismo, la pregunta se vuelve categóricamente incorrecta.
Comúnmente suponemos que la realidad tiene una finalidad (herencia de la filosofía aristotélica y la teología judeocristiana). Si la vida es un evento mas de la naturaleza como la corriente de agua, buscarle un sentido hacia el que se dirige es como buscárselo a la corriente de agua que en realidad está allí como consecuencia de las interacciones físicas (sin participación de la voluntad) con su entorno. Mas allá de si somos religiosos o no, la cultura está fuertemente alimentada de relatos que plasman finalidad en las vidas y los eventos de la naturaleza, presuposición que no podemos ignorar como componente básico de nuestro análisis.
Presuposición religiosa/teísta: El sentido es dado por una divinidad (ej: en el cristianismo, “glorificar a Dios”). La vida es un camino hacia lo trascendente. No importa si se siente bien o mal, si la disfrutamos o la sufrimos, todo está finamente ajustado para un propósito inimaginablemente especial. Esto también está inmerso en nuestra cultura. Los valores judeocristianos, al menos en occidente, han moldeado nuestra forma de ver el mundo, y por ende es inevitable su participación inconsciente en el tema.
Presuposición existencialista (Sartre, Camus): “La existencia precede a la esencia”: No hay un sentido predeterminado; lo creamos mediante elecciones auténticas. Hay un subconjunto de personas que se aferra a esta idea como parte de las vertientes predominantes de pensamiento sobre la vida y no tiene por qué ser cierto, merece ser cuestionado.
Presuposición absurdista (Camus): La vida es irracional, pero la rebelión contra el sinsentido es el sentido.
Presuposición naturalista/Escépticista: La vida es un fenómeno biológico sin propósito cósmico. El sentido es una construcción evolutiva para la supervivencia (Dennett, Dawkins).
Presuposición humanista:
El sentido surge de valores humanos: ética, creatividad, progreso social (Fromm, Sagan).
Todas estas presuposiciones juegan un rol importante en lo que esperamos del sentido de la vida. Cada subconjunto de la humanidad se decanta por una u otra presuposición, consciente o inconscientemente. Además cabe añadir que todas las discrepancias que se producen entre nuestras presuposiciones y la realidad producen sufrimiento. Es nuestra tarea ser críticos con nosotros mismos y facilitar el proceso de búsqueda comprendiendo la mochila de presuposiciones que cargamos a nuestras espaldas, ya sea por nuestra crianza, religión, situación económica, política, época, etc. No es fácil verlo pero es imprescindible notarlo. Hace parte de la formulación de la pregunta, del objeto buscado y del método de búsqueda.
2. El verdadero problema es la pregunta
La pregunta “¿Cuál es el propósito de la vida?” presupone dos axiomas cuestionables:
Que la vida es un artefacto con función, análogo a herramientas humanas (e.g., un reloj “existe para medir el tiempo”) o, en otra acepción, que posee esa característica que contiene o rechaza el sentido. Partimos suponiendo que hemos definido bien lo que buscamos y que, mas allá de nuestra definición, ese objeto buscado realmente existe.
Que el lenguaje puede capturar la esencia de la existencia, ignorando la brecha entre fenómenos prelingüísticos y categorías simbólicas. Si bien el lenguaje es una herramienta cuya utilidad se corrobora constantemente, no quiere decir que sea capaz de captar y contener la realidad de lo que la mente busca expresar. A su vez, la mente no es capaz de contener toda la realidad en la que está inmersa, lo que representa un problema de fondo mucho mayor. Si no estamos seguros de que la mente llegue a entender o siquiera acceder a esa parte de la realidad, mucho menos seguros podemos estar de que, si existe el problema de la vida, tengamos capacidad para expresarlo por medio del lenguaje. Podríamos suponer que en un futuro el lenguaje llegue a tal nivel de complejización que sea capaz de captar cosas que ahora ni nos imaginamos. Mientas tanto, es un problema.
Que tenemos acceso a esta respuesta pues la crítica moderna postkantiana niega acceso a verdades últimas, relegando el sentido al ámbito de la praxis (Kant: “¿Qué debo hacer?” como pregunta primordial). No tenemos acceso a la realidad en su forma pura e incólume, sino que nuestros sentidos hacen de intermediario entre nuestra consciencia y el mundo exterior extrayendo de ella solo una deformación conveniente y necesaria de la información total. Toda la realidad no es mas que una traducción con perdida de información en el proceso, una degradación de los datos al ser afectados, seleccionados e interpretados por el observador. No conocemos los hechos en sí, sino solo aproximaciones por medio de ideas en las que ponemos nuestra confianza tras un proceso de prueba, error y predicción. En esta misma línea no tenemos acceso directo al propósito de la vida, si es que acaso existe. En ultima instancia, requerimos de una demostración que nos aproxime a la realidad, sin embargo, no la hay por ningún lado, lo que sugiere que es pertinente inclinarnos por la posibilidad de que la vida no posee una finalidad inherente. En este contexto, el humano parece estar a la deriva pendiente de dos cosas: el rescate de un ser superior que, dada su perfección, es capaz de darle una respuesta que es necesariamente verdadera, o un avance tecnológico e intelectual que nos permita desentrañar este dilema. Sin embargo, el primer caso ha sido la promesa eterna de las religiones, cosa que nunca ha podido demostrarse ni se podrá demostrar por las limitaciones humanas.
La pregunta ontológica ("¿Qué es el sentido?") asume que el significado es una cualidad objetiva de la vida, comparable a propiedades físicas como la masa. Sin embargo, como demostró Immanuel Kant, la mente humana no accede a los noumena (realidades últimas independientes de lo que podemos observar y comprender), sino que estructura la experiencia mediante categorías (Crítica de la razón pura, 1781). Así, el “sentido” es una proyección subjetiva, no un atributo ontológico, al menos hasta donde revelan nuestras limitaciones. El sentido como interpretación es llanamente una atribución simbólica de valor y no una cualidad objetiva de la vida independientemente de nuestros procesos mentales. En el capitulo 3 se aborda la cuestión del sentido como proyección versus sentido como atributo.
¿Hasta que punto las presuposiciones que hacemos al preguntar sobre la realidad pertenecen a la realidad misma mas allá del dominio de nuestra mente con sus categorías y sobre-simplificaciones? Uno de los problemas principales de buscar algo que no está ahí es la frustración. ¿Y cuanta mas frustración podríamos esperar de buscar un sentido que no existe?¿Y cuanta mas añadimos al pensar en que necesitamos que exista? Toda esta bola de problemas por una simple pregunta mal hecha. Buscamos un telos cósmico (propósito objetivo) mientras creamos significados subjetivos. Al intentar asignar un “sentido” a algo tan vasto e indefinible como la vida, podríamos estar proyectando categorías lingüísticas inadecuadas sobre una realidad que escapa a dichas clasificaciones. Proyectamos categorías lingüísticas sobre un fenómeno que las trasciende. En otras palabras, respecto a la vida, el sentido como dirección, carece de sentido. Esto no significa que la pregunta carezca de valor, sino que su valor reside en el proceso de exploración y autoconocimiento que desencadena, más que en la posibilidad de encontrar una respuesta definitiva.
Lo que quiero dejar claro en este subcapítulo, es una reflexión propia y un intento por hacerte reflexionar hasta donde te parece permitir que estas presuposiciones tengan participación en la pregunta que te haces por el sentido de tu vida. Mi reflexión es la siguiente. El sentido no existe y eso provoca que nuestra búsqueda sea en la oscuridad, por un objeto que no hemos definido, que nunca vamos a encontrar porque tampoco existe, y que nos han dicho que debemos buscarlo desesperadamente para que todo cobre sentido. Definitivamente esto causa frustración porque la idea de la necesidad de un sentido ha calado tanto en nuestra mente a través de nuestra cultura que eliminar dicha búsqueda es atacar directamente nuestra identidad, es como cortarnos un brazo y sentir la falta. Esta ilusión generada por las presuposiciones, la falta de racionalidad y, en fin, la ignorancia, por muy bien definida que pueda estar en nuestra mente, nos empuja a buscar fuera de nuestra mente como si se tratase de algo real. Pero si tengo razón y el sentido realmente no existe, esa extirpación no es la de un miembro funcional de nuestro cuerpo, sino la de un tumor que ha ido creciendo y que, irónicamente, absorbe nuestra vitalidad y destruye nuestra esencia. Mientras mas dejamos que los conceptos erróneos de nuestra mente es impongan por encima de lo que naturalmente somos, seres sin sentido, mas creeremos que ese hecho es una catástrofe empujándonos a vivir decepcionados, angustiados, dolidos y sin esperanza, porque ya no hay lugar a donde ir. Nunca hubo un lugar a donde ir, pero el habernos criado con esa idea y luego tener que eliminarla, es desgarrador como cualquier ilusión rota en la infancia o la adultez. Pero por medio de estas transformaciones logramos alcanzar una forma de vida mas coherente con la realidad.
3. Sobre la respuesta
¿Qué tipo de respuesta nos satisfaría? Podríamos seguir buscando a pesar de que nos dicen que no hay que buscar nada para ser felices y que no hay nada que buscar fuera de nuestra mente. Podríamos estar realmente muy desesperados por esa sensación que anhelamos sentir producto de encontrar ese sentido tan ansiado. Si insistís en buscar y supusiéramos por un momento que lograste definir el sentido de la vida y que sabes donde buscarlo, ¿Cómo te deberías sentir para dejar de buscar? ¿Cómo sabrías que llegaste a donde tenías que llegar? La gente ha sentido que encontró su propósito en infinidad de religiones, comunidades, trabajos y pasatiempos. Como todas se contradicen entre sí pero las personas se sienten satisfechas con su búsqueda se pueden sacar algunas conclusiones:
- La satisfacción no es evidencia de verdad. Diferentes personas afirman haber encontrado “su propósito” o sentido de la vida en religiones, ideologías, trabajos o estilos de vida contradictorios entre sí. Como no todas pueden ser verdaderas en el mismo plano lógico, pero igual generan satisfacción, entonces la satisfacción subjetiva no garantiza correspondencia con una verdad objetiva.
- Se puede estar satisfecho sin haber encontrado un “sentido” verdadero. Hay personas que viven vidas plenas sin articular un propósito existencial claro. Esto sugiere que la satisfacción vital puede surgir de múltiples fuentes —rutina, vínculos, placer, servicio— sin necesidad de una narrativa trascendental o absoluta.
- El sentido puede estar disociado de la satisfacción. No hay demostración objetiva de que el sentido de la vida, la dirección óptima de un objeto de la realidad o el propósito determinado por una deidad deba ser necesariamente satisfactorio. Algunas personas pueden sentir que entienden el sentido de la vida —por ejemplo, filósofos, activistas o místicos— pero sufrir profundamente o no estar satisfechas. Esto indica que entender o creer conocer el “sentido” de algo no garantiza bienestar emocional o satisfacción subjetiva. Si existe una entidad desinteresada que determinó el sentido de cada individuo sin que necesariamente todos estos sentidos lleven a la satisfacción, estamos en problemas. Sin embargo no le dedicamos tiempo a esta hipótesis y asumimos que el sentido necesariamente es el mejor camino, el que produce satisfacción. De todos modos también debemos asumir que podemos estar equivocados y que realmente existe ese dios. Personalmente opto por las hipótesis mas probables por coherencia interna y externa.
- La búsqueda de sentido podría no tener un fin objetivo, sino subjetivo.
Es posible que “llegar” a un lugar en la búsqueda de sentido no signifique encontrar una verdad última, sino alcanzar un estado interno donde la búsqueda deja de doler o parecer urgente. En ese caso, la búsqueda no termina por haber hallado una verdad universal, sino porque la necesidad psicológica se apaciguó. Mucha gente coincide con esta idea de sentido porque no consiste en comprender los fundamentos de la existencia humana sino simplemente en llamarle “sentido” a aquel camino que nos hace sentir plenos y satisfechos con lo que queremos. De todos modos, este concepto causa conflicto si no se especifica que solo se refiere a una coherencia interna en lugar de la comprensión de la utilidad y dirección adecuada inherente e independiente de nuestro estado de ánimo. - Creer haber encontrado el sentido puede ser suficiente para dejar de buscar.
La convicción personal de haber encontrado algo significativo —aunque sea ilusorio o falso bajo otra mirada— puede bastar para suspender la búsqueda, especialmente si genera paz, dirección o coherencia existencial. - El sentido podría no existir objetivamente, pero eso no lo vuelve inútil.
Incluso si no hay un propósito dado por el universo, construir sentido subjetivamente puede seguir siendo valioso para el individuo. En este marco, la creación de sentido es un acto humano más que una revelación externa pero es un sentido no añadido a la vida como una nueva propiedad de la misma, sino un mero fenómeno mental, una ficción como el valor que atribuimos a las cosas que nos importan, lo cual no es necesariamente malo.
4. Hacia una ética del desapego: Más allá de la pregunta
En última instancia, la búsqueda de significado no es un reflejo de la debilidad humana, sino una expresión de nuestra capacidad única para trascender las limitaciones de nuestra biología y cultura. Al enfrentar la confusión y vacío con creatividad y coraje, podemos transformar la ausencia de propósito inherente en una oportunidad para afirmar nuestra libertad y responsabilidad. Como escribió Friedrich Nietzsche en Así habló Zaratustra (1883), “quien tiene un porqué para vivir puede soportar casi cualquier cómo”.
La solución entre tanta incertidumbre no está en responder al pseudo-problema a la perfección, sino en disolverlo mediante: 10. Desantropomorfización: Reconocer que el universo no está obligado a ajustarse a nuestras categorías. 11. Pragmatismo existencial: Como propone Richard Rorty, sustituir la búsqueda de verdades absolutas por la creación de vocabularios que enriquezcan la vida (Contingencia, ironía y solidaridad_, 1989). 12. Aceptación radical: Abrazar que la ausencia de sentido cósmico no invalida la capacidad de vivir con profundidad aprovechando la riqueza inherente de la vida, como sugiere el budismo zen: “Antes de la iluminación, cortaba leña y acarreaba agua; después de la iluminación, corto leña y acarreo agua”.
4.1. Genealogía de la pregunta: ¿Por qué insistimos en buscar sentido?
La obsesión humana por el sentido tiene raíces evolutivas y culturales:
- Supervivencia adaptativa: La detección de patrones y causas favoreció la anticipación de peligros (Dennett, Romper el hechizo, 2006). Tendemos naturalmente a buscar patrones y a rechazar impulsivamente la búsqueda. A su vez la supervivencia y reproducción naturalmente favorecerá a aquellos individuos que continuaron en la búsqueda de sentido o cualquier otra cosa que extienda su vida lo suficiente como para pasar a otra generación su configuración genética.
- Constructos culturales: Religiones y filosofías históricamente han ofrecido narrativas de consuelo, pero estas son artefactos, no descubrimientos (Nietzsche, La gaya ciencia, 1882). Perseguimos culturalmente estas narrativas.
- Autoengaño existencial: Como señala Ernest Becker en La negación de la muerte (1973), el “sentido” actúa como mecanismo de defensa contra la conciencia de la finitud. El sentido, la búsqueda de él, la aparición primigenia de esta narrativa incrustada eternamente en la sociedad, podría deberse a la aparición de la noción de finitud, la desaparición de la inocencia de la muerte.
- Acto de rebeldía: Preguntar es resistirse a la indiferencia del universo (Camus).
- Brújula ética: La búsqueda orienta acciones: si la vida no tiene sentido dado, entonces construirlo se vuelve imperativo moral (ética humanista).
- Consecuencia inmediata de la ignorancia: La ignorancia produce incapacidad para encontrar las soluciones a los problemas. La insistencia también puede ser producto de resistencia arrogante a un camino que si nos produce satisfacción y que nos alejaría de nuestra búsqueda de sentido absoluto.
- Identidad: La pregunta revela una parte de nuestra identidad construida por medio de la interacción social y posiblemente hasta de los genes cuya extirpación genera sufrimiento indeseable como cualquier atentado contra la identidad, sea que este cambio nos favorezca o no.
4.2. La liberación de la pregunta
La angustia existencial no surge de un vacío en el universo, sino de una expectativa errónea: creer que la vida debe funcionar como un relato humano. Como escribió Ludwig Wittgenstein:
“La solución al problema de la vida está en la desaparición del problema” (Tractatus, 6.521).
La idea del sentido puede ser altamente tóxica si efectivamente no existe: esperamos constantemente encontrar ese “sentido” a la vuelta de la esquina, en la próxima persona, en el próximo trabajo, en el próximo lugar en el que vamos a vivir, topándonos tristemente con el vacío, el silencio y la angustia. Esa búsqueda perpetuamente insatisfecha inevitablemente cala en nuestra relación con la vida, atribuyéndole finalmente una naturaleza negativa y hasta nociva; no solo nos parecerá mala sino activamente dañina hacia nosotros porque no nos da lo que tan honestamente buscamos por todas partes, mientras la vida se mantiene inerte e inofensiva en su naturaleza. En esta circunstancia no solo estamos buscando con un método no definido un objeto no definido, sino algo que directamente no existe. Esto lleva a una insatisfacción que abarca el aspecto mas general de nuestra vida siendo que la : ¿hacia donde debo dirigir mi vida? ¿Cuánto vale? Inevitablemente esto provoca un sesgo porque constantemente evaluamos la vida y ponemos nuestra atención en una demanda insatisfecha. Nuestro vinculo con la existencia se deteriora y nuestra actitud frente a la vida comienza un lento proceso de putrefacción. Pero al abandonar la demanda de un sentido trascendente, el ser humano puede redirigir su energía hacia lo tangible: cultivar relaciones, crear belleza, aliviar el sufrimiento. Cosas que, por su propia naturaleza producen satisfacción.
La crítica al sentido objetivo no busca desestimar la importancia de la búsqueda de significado, sino liberarla de supuestos infundados. Reconocer que el universo carece de un propósito inherente no nos condena al nihilismo, sino que nos invita a abrazar nuestra capacidad única para crear significado a través de nuestras relaciones, proyectos y valores. Como escribió Albert Camus, enfrentar el absurdo sin sucumbir al desespero es el acto supremo de rebelión humana. En última instancia, la verdadera tarea no es encontrar un sentido preexistente, sino construir uno que resuene con nuestra experiencia y nuestras aspiraciones más profundas. Esta creación de sentido no es una transformación del ente “vida” en sí sino de nuestra experiencia en torno a la vida.
4.3 Reformulando la pregunta: Del sentido objetivo al significado subjetivo
Si aceptamos que el universo carece de un propósito inherente, la pregunta clave deja de ser "¿Cuál es el sentido de la vida?" y se transforma en "¿Cómo podemos atribuir significado a nuestras vidas sin caer en proyecciones antropocéntricas?". Aquí, el énfasis se desplaza del descubrimiento de un propósito externo hacia la creación de significados internos, aunque estos sean contingentes y relativos.
Jean-Paul Sartre aborda precisamente esta transición en El existencialismo es un humanismo (1946). Según Sartre, los seres humanos son “condenados a ser libres”: carecemos de un propósito predeterminado, pero tenemos la libertad —y la responsabilidad— de inventar valores y proyectos que doten de sentido a nuestra existencia. Sin embargo, estos valores no trascienden su propia contingencia; son construcciones humanas que dependen de nuestra elección y compromiso. Como ilustra Sartre, “pintar un lienzo en blanco y creer que el color añadido era inherente al lienzo” es una falacia común: el significado que creamos no es inherente a la vida, sino producto de nuestra libertad.
Esta perspectiva encuentra eco en la psicología positiva contemporánea, particularmente en el trabajo de Viktor Frankl. En El hombre en busca de sentido (1946), Frankl argumenta que el sentido de la vida no es algo que se descubre, sino algo que se realiza a través de nuestras acciones y relaciones. Incluso en las circunstancias más adversas, como los campos de concentración nazis, los seres humanos pueden encontrar propósito mental al orientarse hacia metas significativas, ya sea ayudando a otros, superando desafíos personales o simplemente viviendo de acuerdo con sus valores más profundos.
5. El Principio de Parsimonia y la Falta de Sentido Intrínseco
Un último detalle sobre la pregunta es respecto a qué hipótesis quiere atender cada uno (yo incluido), tanto respecto a cual es el método de búsqueda correcto y cual es la definición del objeto que buscamos (el sentido) si es que acaso existe. Para eso, quiero mencionar brevemente un concepto esencial para mí: el principio de economía explicativa o principio de parsimonia (o navaja de Occam), postulado por Guillermo de Ockham en el siglo XIV. Sostiene que, ante explicaciones competidoras, la hipótesis con menos supuestos ad hoc suele ser la más plausible. Aplicado al debate sobre el sentido de la vida, este principio desestima las teorías teleológicas —como las religiosas o metafísicas— que postulan un propósito cósmico inherente. Estas requieren asumir entidades inobservables (dioses, planes trascendentes) y mecanismos no verificables (designios divinos, fines universales). Como señala Daniel Dennett, “la complejidad gratuita es el enemigo de la comprensión científica” (La peligrosa idea de Darwin, 1995).
En contraste, la postura de que la vida carece de sentido intrínseco no solo es más económica, sino que se alinea con el naturalismo científico: no hay evidencia empírica de un telos universal, y la biología evolutiva explica la complejidad orgánica mediante mecanismos ciegos (mutación, selección). Carl Sagan lo resumió así: “El universo no parece ni benigno ni hostil, simplemente indiferente” (Un punto azul pálido, 1994). La insistencia en un propósito cósmico refleja, como advirtió David Hume, una falacia antropocéntrica: proyectar intencionalidad humana en procesos naturales (Diálogos sobre la religión natural, 1779).
He tratado de mencionar dos cosas centrales en esta publicación: mi justificación de que la vida no tiene sentido, una breve mención de mi opinión acerca de otra perspectivas, y lo mas importante: mi convicción y demostración de que la falta de sentido no lleva necesariamente a angustia, sino que esto es provocado por discrepancias entre nuestras expectativas y la realidad, lo que se profundizará en el próximo capítulo. Esto demanda de cada ser humano que se percata de estos hechos, una emancipación de las estructuras habituales de nuestra sociedad, una necesidad de construir un camino y conformarse con una u otra respuesta desde una voluntad madura y honesta. Pronto se explorará mas esta visión en el capítulo 6 y el capítulo 7
Referencias
Becker, E. (1973). La negación de la muerte. Editorial Paidós.
Dennett, D. C. (1995). La peligrosa idea de Darwin. Editorial Planeta.
Dennett, D. C. (2006). Romper el hechizo: La religión como fenómeno natural. Editorial Tusquets.
Frankl, V. E. (1946). El hombre en busca de sentido. Editorial Herder.
Hume, D. (1779). Diálogos sobre la religión natural. Alianza Editorial.
Nietzsche, F. (1882). La gaya ciencia. Editorial Tecnos.
Nietzsche, F. (1883). Así habló Zaratustra. Editorial Losada.
Rorty, R. (1989). Contingencia, ironía y solidaridad. Fondo de Cultura Económica.
Ryle, G. (1949). El concepto de lo mental. Paidós.
Sagan, C. (1994). Un punto azul pálido. Planeta.
Sartre, J.-P. (1946). El existencialismo es un humanismo. Editorial Porrúa.
Wittgenstein, L. (1921). Tractatus logico-philosophicus. Editorial Tecnos.
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